miércoles, 18 de noviembre de 2009

PSICOANÁLISIS AL FILO DEL MILENIO.

Artículo publicado en la Revista de la Universidad de Granada EL FINGIDOR
Hinojosa Aguayo, Sergio. Psicoanálisis al filo del milenio (nº7, pp.6-7).



Cuando doble el milenio se cumplirán 100 años del nacimiento del psicoanálisis. La monumental obra de Sigmung Freud “La interpretación de los sueños” vio la luz en 1900. Sin embargo, el descubrimiento de la fuente más importante de sus conceptos, el inconsciente, fue anterior y pasó por diferentes momentos más o menos significativos: En una carta escrita en el verano de 1895, se per-mitió soñar despierto con ello. Se la escribió a su amigo íntimo Wilhelm Fliess y en ella reclamaba: “¿Crees en verdad que alguna vez se podrá leer en esta casa una placa de mármol que diga: <<Aquí se le reveló al Dr. Sigmund Freud el enigma de los sueños el 24 de julio de 1895?>>”. Escribió esto con motivo de la interpretación del sueño que podríamos llamar “sueño inaugural del psicoa-nálisis”: el sueño de la inyección de Irma, que preside la Traumdeutung. Pocos años después, el 20 de Junio de 1898 (carta a Fliess) realiza el primer análisis de una obra literaria, basándose en los presupuestos psicoanalíticos. Se trata de la novela “La juez” de C.F. Meyer. Literatura y psicoanálisis entraron en contacto, para producir no siempre buenos frutos. Y al poco tiempo, el 26 de Agos-to de 1898, en una carta igualmente dirigida a Fliess, realiza el primer análisis de la significación que presentan los lapsus.

Estamos, pues, muy cerca de la efemérides que recuerda la aparición de la obra monumental del psicoanálisis y para algunos se acerca la hora de un ba-lance al que están, de hecho, convocadas todas las tendencias y escuelas surgidas al amparo del nombre de Sigmund Freud. No todos los analistas pensamos que el “balance” ha de ir de la mano de una onomástica formal impuesta por el calendario. No está de más el pretexto para una rememoración y bien puede servir para sacar a la luz algunas cuestiones relativas a la práctica analítica, pero pensamos que tal revisión y puesta al día del psicoanálisis no puede ser el producto de un boom publicitario, sino de un trabajo continuo que, de hecho, está en marcha. Las cuestiones, en candelero en estos foros previos son, no obstante, de gran importancia e interés. ¿Es el psicoanálisis una cien-cia? ¿Qué peculiaridad tiene como tal? ¿Cuál es su verdadera aportación en el ámbito de la clínica y cómo ha de entenderse ésta? ¿En qué basa su consis-tencia teórica? ¿Existe un real que justifique al psicoanálisis, a la manera en que, por ejemplo la gravitación justificaba el paradigma newtoniano? ¿Qué co-sa es el inconsciente y cuál es su naturaleza? ¿Qué es un psicoanalista? ¿Cómo es posible la transmisión de este saber y cuál es su consistencia?

Muchos son los debates, congresos, jornadas y actos previstos para este ba-lance, pero ante todo, todos convergen en un mismo interés: hacer existir al psicoanálisis para las nuevas generaciones, que en gran medida se hallan al margen de esta ciencia por el signo de los tiempos y por el enfoque actual de la política científica. El pragmatismo en las ciencias sociales y en las disciplinas “psi” aliado con la idea de una rentabilidad de sus productos (eficacia laboral, escolar, comercial etc.) y bajo el telón de fondo de una renovada noción de progreso, ha excluido casi absolutamente de las instituciones universitarias, científicas y médicas, la idea de sujeto que se deriva de la existencia del in-consciente.

En un mundo en el que la razón instrumental preside, supuestamente, - pues nada nos da prueba de ello- todas las formas de actividad social, colectiva e incluso individual, no hay lugar para el reconocimiento de la eficacia de eso, a lo que Freud llamó Inconsciente. Más allá de nuestra percepción de lo que so-mos, de lo que queremos por la boca explícita de nuestra ideación, más allá de lo que los otros aparentemente significan para cada uno de nosotros, más allá de lo que leemos en la estela de nuestra vida pasada, más allá, o si se quiere, en otro locus, (Freud construyó una topología para dar cuenta del inconsciente) en otro lugar de la palabra, en el chiste, en el sueño, en la fantasía actuada, nos muerde la insistencia de aquello que se impone como un destino, aquello que se repite en nuestras vidas como una partitura, interpretada en diversas claves. Nos topamos con la misma piedra y, por qué no decirlo, con el mismo goce en el amor, en la amistad, en el odio, en los celos, en la angustia, sin saber por qué, o tan sólo barruntando que detrás de nuestras razones confesadas laten otros motivos. Sujetos sujetados, pendientes de los imperativos pulsiona-les que se adhieren a las nuevas formas del goce sintomático; la drogadicción, la vida al borde del riesgo transgresor, la depresión fuera de todo lazo social, la llamada ludopatía, y toda clase de compulsiones en las que constatamos que no somos tan dueños de sí mismos, por mucho aliño narcisista que recibamos de esa supuesta “autoestima”, ahora tan de moda en los medios “psi”. Y es que ese encuentro con “nuestra partitura” nos es velado durante el estado cons-ciente por más que queramos creer que somos a la par compositores e intér-pretes. Ese más allá de la conciencia se registra como de manera magistral mostró Freud en el lenguaje de los sueños, en esa palabra a destiempo que constituye el lapsus, en el chiste que unido al estertor de la risotada nos hace decir lo que nos define, para disfrute de nuestro esperpento. En ese registro de la palabra “boba”, sin sentido, queda constancia de nuestro más profundo des-encuentro: el hecho de ser seres que habitan el lenguaje y el hecho de no ser sólo lenguaje, pensamiento, sino criaturas dotadas de un cuerpo sexuado que nos exige su tributo.

La religión ha intentado desde sus inicios armonizar ambos aspectos a costa de disecar al sujeto en lo simbólico, ritualizando toda aquella emergencia vital que pudiera recordarle su origen de humus y acabando siempre por negar es-tas últimas exigencias del cuerpo vivo. Para ello le bastó el nombre de Yahvé que hiciera acopio de buenos significantes y la creación de un bastardo, híbrido de carne, estiércol y “maldic-ción”, elevándolo por encima de nuestras cabezas y por debajo de los negros abismos. Un pobre diablo, daimon al fin y al cabo, envuelto en pliegues de carne de mujer sedienta.

La ciencia desde el polo simbólico de la criatura, se topa con el leguaje como objeto para caracterizar su objetividad, independientemente de quienes sean sus decidores, pensadores, artistas de la palabra o simples portadores del bla-blablá. Y por otro lado, la ciencia, desde el polo carnal de la criatura, no quiere saber que gime ahí, sino de cuántas partículas se componen sus sesos, que son supuestamente los que dirigen el cotarro de ese magma en ebullición, que a veces nos sonroja cuando delata nuestra impudicia de ser ignorantes de nuestro existir (imposible ciencia ad hoc) puestos al descubierto, o nos come vivos haciendo presente el deseo por lo que vemos y no tenemos ninguna necesidad de entender y sí de gozar. Parece que al psicoanálisis le ha tocado la tarea, no de armonizar lo inarmónico, sino de poner en palabras lo que bulle en esos cuerpos candentes de deseo velado, camuflado, latente, encriptado, holo-fraseado, sumido en un devenir metonímico que no deja de sustituir objetos (incluyéndonos como tales para el Otro) para nuestro más espléndido desen-cuentro, o como se prefiera, para nuestro efímero placer.

Si el psicoanálisis es una ciencia es ciencia comprometida por más que le pe-se. Atravesar el círculo de las pasiones de esos hablanteseres para construir un artilugio que permita que se den de bruces con el rastro y con su estela de actos y goces a la sombra de su historia por decir, no es tarea fácil, ni propia para quienes les mueve la afición, más o menos religiosa, de la taxidermia.

En una carta dirigida a su amigo y confidente Fliess de 27 de octubre de 1997, manifestaba Freud su estado ante el nuevo continente descubierto:
“...sólo vivo del trabajo “interno” (alusión al autoanálisis). Me atrapa y me arras-tra a través de viejos tiempos en rauda concatenación de ideas, los estados de ánimo cambian como los paisajes ante el viajero en el tren, y como lo expresa el gran poeta, empleando su privilegio de sublimar las cosas.

También el primer susto y el primer conflicto. Algún triste secreto de la vida se remonta aquí a sus primeras raíces, algún que otro orgullo y privilegio descubre su modesto origen. Aquí reencuentro todo lo que comparto como tercero con los pacientes, los días en que me arrastro por ahí abatido, por no haber com-prendido nada del sueño, de la fantasía, del talante del día, y después, nueva-mente, los días en los que un relámpago ilumina la relación y permite com-prender lo anterior como preparativo de lo actual”
Ese “anterior” que preparaba “lo actual” (la palabra en curso, en el hic et nunc) lo desarrollará muy poco después cuando descubra la más primitiva sexualidad en sus Tres ensayos sobre la sexualidad infantil. Pero en esa escritura está todavía inmerso en su “libro sobre los sueños” como él lo llamaba.

Freud descubrió por ese desfiladero del hablanteser, que detrás de ( o mejor, en otro locus) nuestras declaraciones de intención, propósitos, anhelos y de-más movimientos anímicos inevitablemente ligados al cuerpo, subyacen (o me-jor, empujan desde otro lugar) impulsos menos confesables que nos arrastran a ser y comportarnos de manera totalmente irreconocible por las personas idea-les o “ideadas” que creemos ser. También se abrió ante ese desfiladero las señales de humo que anuncian el fuego de pasiones en juego por aquello que nos convierte en seres sociales, aquello que nos liga a los otros, sean estos familiares o no, y que se se forja en los primeros años de nuestra vida conser-vando siempre el sello indeleble de lo que nos constituyó en el semblante de hijo/a de.., hermano/a de.., identificado/a a ..y, por tanto, ligados a ese goce más o menos mensurado (regulado por Edipo) de ser, para suerte o desgracia cuerpo en esa genealogía. Por supuesto el sendero de esta nueva ciencia nos puso de patitas en otros infiernos menos domesticados por las instituciones para generar dominio. La nueva ciencia situó al sujeto en su Spaltung, en su escisión de sujeto sujetado al lenguaje: paterno, materno, idiomático y el sujeto soportando un cuerpo de goce con sus indomesticables exigencias.

En esa hendidura se abre no una ciencia que toma por objeto el cuerpo celular, el do-mesticado y disecado cerebro, sino que cuerpo que ante el enigma del otro sexo.., goza de lo visto y oído, y lo traduce, por mor del lenguaje que lo habita, en celos, en amor, en odio y en todos aquellos sentimientos que se pusieron y se reponen en juego en nuestro ámbito más íntimo. Descubrió también Freud, que los hombres no nos movemos siguiendo una racionalidad comprensiva para con nuestros semejantes, sino más bien siguiendo el dictado de un impe-rativo más oscuro e inconfesable. Cuando estalló la primera Gran Guerra y mu-chos intelectuales se escandalizaron al ver a qué atrocidades podía llegar la naturaleza humana. Freud escribió al respecto Consideraciones sobre la guerra y la muerte:

“... (la guerra)Infringe todas las limitaciones a la que los pueblos se obligaron en tiempos de paz –el llamado Derecho internacional- y no reconoce ni los privilegios del herido y del médico, ni la diferencia entre los núcleos combatientes y pacíficos de la población, ni la propiedad privada. Derriba con ciega cólera, cuanto le sale al paso, como si después de ella no hubiera ya de existir futuro alguno ni paz entre los hombres. Desgarra todos los lazos de solidaridad entre los pueblos combatientes y amenaza dejar tras de sí un encono que hará im-posible, durante mucho tiempo, su reanudación.
(...) Dos cosas han provocado nuestra decepción en esta guerra: la escasa mo-ralidad exterior de los Estados, que interiormente adoptan el continente de guardianes de las normas morales, y la brutalidad en la conducta de los indivi-duos, de los que no se había esperado tal cosa como copartícipes de la más elevada civilización humana.
(...) En realidad, tales hombres no han caído tan bajo como nos temíamos, por-que tampoco se habían elevado tanto como nos figurábamos. El hecho de que los pueblos y los Estados infringieran, unos para con otros, las limitaciones mo-rales, ha sido para los hombres un estímulo comprensible a sustraerse algún tiempo al agobio de la civilización y permitir una satisfacción pasajera a sus instintos retenidos. Y con ello no perdieron, probablemente, su moralidad relati-va dentro de su colectividad nacional.”

Un siglo después, Eros y Tanathos siguen urdiendo a la sombra el tejido del que están hechas nuestras acciones. Ante este particular objeto de estudio no valen las estadísticas ni los métodos convencionales de los que se sirven otras ciencias. Y esto es así, porque el ser humano no está formado por aconteci-mientos objetivos susceptibles de una ley física. Ante su ser complejo y desga-rrado, el propio investigador está comprometido, pues nadie escapa a su histo-ria, ni aún cuando cree estar actuando bajo la objetividad científica. De este modo, se impone otra metodología de acercamiento al complejo mundo de re-laciones, que tenga en cuenta la existencia de impulsos, deseos y motivos no siempre explícitos entre los hombres.

Sergio Hinojosa Aguayo

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